Me recliné sobre la pila de diarios antiguos, mientras los ojeaba el polvillo acumulado que se embarraba en el aire espeso. Había estado lloviendo mansamente todo el día.
Repitió la pregunta; fui hasta la ventana abierta, los autos tapizaban la avenida.
-Dejó de llover- dije.
Se enfureció, apretó los puños y me odió.
Recogí unos papeles desparramados por el piso.
Exigió respuesta. La callé.
Su paciencia se colmó, acercándose al escritorio dio un golpe y se marchó.
Vi como la carta saltaba por el alfeizar para precipitarse al vacío. Aunque me acerqué a la ventana a rescatarla fue inútil. Planeaba entre las estelas de aire caliente.
Ya casi llegaba a tierra cuando lo vi a él. Fue inmediato, el papel perdió gracia sobre las baldosas y su pie lo hundió en un charco.
Siguió su camino.
Era la última carta de amor.