16 septiembre 2012

In memorian


Él era lo que en buen porteño se calificaba como “tanito castigador”: un engreído, que creyéndose hermoso se ufanaba de ganar a todas las mujeres y tener la última palabra en cualquier lid amorosa. Resumiendo: un fanfarrón.

Como buen tanito castigador se mostraba al mundo en un todo perfecto, de la camisa a los zapatos, del reloj a las llantas del auto, reluciente y sobrador mirando a los pobres mortales, por sobre el hombro con una sonrisa socarrona.

Un Apolo debe bajar del Olimpo, un Apolo no tiene historia. Así pasaba con él, que soltaba de tanto en tanto alguna leyenda de grandeza, que nada aportaba sobre su pasado.

Lo conocimos como Damián. Nombre de moda, que pegaba bien con ese estilo suyo de ostentación irreverente.

Fueron pasando los años, él contando sus epopeyas, todo el grupo soportándolo por consieración a María, su patética mujer, hasta que un día Liz nos presentó a una amiga suya y María la invitó a una fiesta en su casa.

Apenas entró al living, la recién llegada y Damián se quedaron petrificados, en un silencio que se cortaba con cuchillo, hasta que ella, con una sonrisa de oreja a oreja, soltó un:

- COSME!!! Y corrió a abrazarlo.

Pensamos que se había equivocado. Era Damián, no Cosme... Él primero empalideció, luego enrojeció, se achicó a la mínima expresión... Cosme, es, al fin y al cabo, entre nosotros, un nombre tan antiguo y deslucido, tan poco apropiado para sus elegancias de purpurina.

No se confundía, habían sido vecinos durante la infancia y la adolescencia. Amigos inseparables de aventuras, cazando ranas en los pantanos que formaba la lluvia en las calles de tierra. Damían mantenía los ojos desorbitados y un aspecto de apoplejía.

Ella, que lo conocia en todos sus resquicios, se pasó la noche contando anécdotas, llamándolo con el apelativo de toda al vida… antes de reinventarse.

-Cossimo… Cossimo… ¿seguís siendo un fanfa?- Le preguntó al terminar la reunión.

Esa noche, Damián se fue por el desagüe y por los años que duró su matrimonio con María, nadie lo volvió a llamar con otro nombre que Cosme… que al fin de cuentas, era el del bautismo.


© Ana di Cesare